viernes, abril 15, 2005

Amores pasados.

Transido, con el alma despojada del cuerpo, observé como aquella diosa, la de níveos brazos, se desvanecía en el horizonte ante la impotencia de mis palabras, porque la cólera me impidió pensar, y los sentimientos asfixiantes pasmaron las empresas de mis miembros.
Como un cordero que es acechado por el león, y viéndose atrapado y sin escapatoria, trata de huir pasando al lado de su depredador, y éste sólo tiene que hacer un breve movimiento, casi un gesto, para despojar a aquel de su vida, así pasó ella por última vez a mi lado, arrastrando con su aroma todos mis sueños y mi aliento.

El martirio comenzó cuando nuestros hados se encontraron una negra noche llena de presagios funestos, mientras el cielo se desbordaba en una ráfaga de sombras, ella apareció para impregnarse en mi mente, sus ojos soportaron mi mirada fija, cual escudo que recibe la lanza certera y no es traspasado y arroja al objeto punzante a un costado, así ella aguantó mi embestida, y la voluntad inquebrantable se postró ante la belleza.

Me agradó, como pudo haberme gustado un toro asado, un buen vino o un sacrificio hecho en mi honor; era interesante, llamativa, casi una diosa en aquel lugar, pero nada capaz de enloquecerme; y así como atrajo mi atención, de esa misma forma la fui haciendo mía hasta que llegó a pertenecerme por completo.

Han pasado casi diez años desde que observé como abandonaba mi lecho, seducida por el yugo del deseo, y aún ignoro por qué no he dejado que sucumba su recuerdo, cual arroyo iracundo que con su paso constante crea senderos sobre la tierra, así mi obsesión fue creciendo hasta ocupar todas mis venas, ahora no puedo evocar su rostro y sé que su piel recorre otras manos, pero el ultraje hecho a mi orgullo no pasará sin ser vengado, aunque su misma sangre tenga que servir como ofrenda para saciar al dios que ha despertado.

Cada noche busco su cuerpo, y siempre que lo hago debo conformarme con una carne mortal, ninguna mujer ha podido igualar la mezcla de ternura y pasión inherente a sus espasmos. Casi diez años y parece que sus murallas se fortalecen con cada día que transcurre, como si la distancia de su aroma acrecentara mi pasión, porque mis pensamientos han tenido que idealizar su imagen para continuar en la batalla, y he puesto virtudes en donde había defectos y he llenado con recuerdos ficticios todos los lugares del pasado que se hallaban vacíos.

Empezó a charlar con él, pero aquel individuo afeminado no representaba ninguna clase de competencia para mí, aunque después aquel ser repulsivo se convirtió en una plaga que destruía todos los momentos propicios en los cuales pude haber tomado la posesión de su boca, al principio ella me prefirió a mí, así que nuestro estorbo no podía hacer otra cosa más que alejarse y tragarse la cólera engendrada por mi presencia, como cuando dos guerreros entran en la liza, y el vencido al verse despojado de sus armas y de su valor tiene que huir cubierto de oprobio y vergüenza, así se fue él, dando paso a mi primer ataque, a la lucha más certera que sostuve frente a tal fortaleza.

Éramos muy similares, cual dioses inmortales en un mundo banal, y eso comenzó a inquietarme; tan parecidos que alguna vez ella exclamó: “los dioses los crean y ellos se juntan...” Sin embargo olvidó decir que también los dioses se divierten frente a la ceguera del deseo amoroso, porque el sentimiento pasmante de atracción es como arena arrojada a los ojos, la cual nos impide ver más allá del ardor y del dolor, y en esos momentos cualquier intento de razonamiento es nulo, porque lo que se siente no puede discutirse, y ante la falta de discusión me convertí en un asidero de su imagen y no quise sacarla de mi mente.

Los días se escurrían junto con mi espíritu, cual espada afilada que atraviesa viejas heridas y hace que la negra sangre abandone el cuerpo arrastrando con ella el aliento vital, de la misma forma cada segundo pasado en su ausencia mellaba mi existencia. Cada mañana se convirtió en una lucha constante por tomar un lugar estratégico a su lado, cada cual tenía una táctica distinta y la mía consistía en escarbar a su alrededor para intentar pasar por debajo de sus muros; quizá la técnica era demasiado innovadora para ese momento, pero existieron ocasiones en las cuales obtuve magníficos resultados, sin embargo cada vez que perdía rasgaba mi cráneo y mi rostro, como si con ello arrancara el recuerdo de la derrota.

El mundo entero comenzó a girar en torno a ella, y me dejé envolver, como un niño que llora y es acogido en los brazos de su madre y siente que no existe nada más fuera de su refugio, tal era mi embelesamiento ante su presencia, porque yo le di el lugar que ocupaba, ella fue mi creación más perfecta, ambos cual semidioses nos movíamos en un mismo plano, sin embargo nunca pude encontrar el ardid adecuado para apoderarme de su esencia divina, y me consumía a la espera del instante exacto en el cual pudiera atacar y ganar la guerra, pero ese momento se prolongó casi una eternidad.

Lentamente como el vaivén del mar mis acciones se convirtieron en esclavas suyas, bastaba una palabra, un gesto, una breve insinuación para que mi odio se desbordara o para que la emoción excelsa me elevara por los cielos, ella levantaba un dedo y yo sentía que una lanza atravesaba mi espalda y salía llevándose mis entrañas, rozaba mi piel y el contacto de nuestros cuerpos era inevitable, y mis sentidos exploraban su geografía, y mi mente alucinaba, y mi corazón estallaba de placer.

Tuvieron que transcurrir algunos fríos y largos inviernos antes de un encuentro repentino bajo los arcos de piedra que me mantenían fuera de sus secretos; a primera vista no pudimos reconocernos, el vello cubría mi rostro y el cabello enmarañado disfrazaba mi existencia, además su aspecto se había adaptado a las costumbres de un lugar desconocido y su belleza se hallaba cubierta por las sombras del tiempo, sin embargo el brillo en sus ojos continuaba ahí, fue ese esplendor quien avivó mi deseo, y el orgullo y la vanidad emergieron nuevamente.

Recuerdos, sólo imágenes sin cuerpo, vagas figuras dando vueltas en la mente mientras observo su espalda desnuda y mis dedos moldean su cintura. Han pasado diez años y ahora que el sitio ha terminado y su piel ha sido mía, sé que no volveré a verla, porque prefiero llenar mis manos con su ausencia y mi mente con la diosa que yo inventé...

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