martes, diciembre 13, 2005

Murmullos

Algunas veces son necesarias las ausencias prolongadas, ausencias de uno mismo, de los pensamientos que nos identifican, ausencias de los recuerdos y los olvidos, ausencias de los rostros y los cuerpos; después es posible reconocernos nuevamente, saber cual es esa parte de nosotros que nunca nos abandonará. Yo siempre estaré solo, únicamente existo en este instante, todo lo relacionado con el equilibrio y la estabilidad del contacto humano me aletarga, vacía mis sentidos. Mi vida personal es un caos, amigos aislados y relaciones fugaces que desaparecen con la misma intensidad y rapidez con la cual se crearon. Nunca he logrado coincidir, siempre busco algo más cuando no es el momento o doy demasiado cuando no lo esperan. Puedo ser un mendigo frente a una mirada inquieta o convertirme en un verdugo ante los sentimientos ajenos. Me gusta el sexo, descubrir en cada orgasmo la violencia y la ternura que encierrran las mujeres, perderme en sus viajes y sus colores, en sus jadeos y sus gritos, en sus olores y sabores. ¿Tú cres que terner sexo por tener sexo sea más honesto que hacerlo dentro de una relación estable? ¿Qué estés aquí en mi cama porque se nos antojó sea menos turbio a que estuvieras con tu esposo sólo por que firmaron un papel y se supone que eso deben hacer? Me gusta la libertad, se que es algo egoísta pero prefiero estar bien conmigo a tratar de que tu estés bien y nunca hacerte feliz. Prefiero estas sensaciones instantáneas a una compleja maraña de sentimientos movidos por la angustia. Cuando sienta celos por ti, sabré que debo abandonarte, aunque me fascine tu espalda y tus ojos me hipnoticen. A veces uno sólo se arroja al vacío con los ojos cerrados sin añorar demasiado, sin saber que tan alto es el precipicio ni que tan dura será la caída. Esta vez nos tocó viajar juntos, hace algunos años no te hubiera dejado ir, musa de mis silencios, mi Verónica. Ahora susurro a tu oído y espero que despiertes para desasirme de tu cintura y escuchar los murmullos de tu cuerpo mientras me abandonas nuevamente, sé que nos volveremos a encontrar.

“Me pierdo en el murmullo de tu cuerpo,/ herida oculta de flores en invierno,/ susurro del silencio que se escapa,/ verdad secreta guardada por tu espalda...”

4 comentarios:

Anónimo dijo...

guauuuuuuuu! Hola, devuelvo la visita. Me intriga conocer a quienes entran al blog por primera vez. No siempre resulta bien..pero creo que este caso sí. Y llego y me topo de entrada con este escrito que te desnuda.
"Puedo ser un mendigo frente a una mirada inquieta o convertirme en un verdugo ante los sentimientos ajenos."... y todo entero en verdad.

Nada más decirte bienvenido y que me guardo tu dire para visitarte esperando ser bien recibida.

Un saludo

Anónimo dijo...

Bueno, es mi ceremonia hoy, habiendo sorteado la operación y ya menguando los malestares, ir de a poco visitando a los amigos. Tiene un encanto especial poder hacerlo.
Y me quedo pensando en esto que escribiste :

"Un dolor constante es capaz de alterar nuestra manera de observar el mundo, de entender la realidad y de proyectar nuestro caos interno..."
Sea psíquico o físico... bien que lo se...

Gracias por tus saludos en el blog.
un beso

Anónimo dijo...

"Me busco a mí misma en esa historia. Me busco en las líneas y en las entrelíneas, me busco en los verbos y en los adverbios, en los puntos, en las comas, en los puntos suspensivos. Y no me encuentro. Así como no me encuentro en ninguna parte. Estoy perdida"
...Si entonces hubiese preguntado por qué seguía conmigo de nada habría servido, pues su respuesta no era lo que importaba o ¿verdaderamente me interesaba saberlo? Porque en ese caso, significaría que, en efecto, necesito creer que esa clase de razones tienen algo qué ver con el amor.
Y yo ¿por qué seguía a su lado? Por inercia, por costumbre, por comodidad. Hoy, a la distancia, me atrevo a suponer que quizá ésas sean las causas ciertas por las cuales es posible que una relación continúe, y no el amor y la atracción. O tal vez, tarde o temprano, el amor se convierte en costumbre, en esa suerte de lealtad que consiste en estar para el otro incondicionalmente. Y eso él sabía hacerlo muy bien: ser incondicional a mis demandas (si es que alguna vez las tuve), “dejarlo todo” por estar conmigo (algo que, en cambio, mi exclusividad y yo nunca supimos cómo hacer). Y en esa medida siguió siendo “mi novio”, al margen de quien ocupara su deseo, sus recuerdos, sus ganas. La praxis del cariño, supongo. De ahí su aptitud para las relaciones estables y duraderas, porque él sabía que para mantener una relación así la única promesa a cumplir es el ser incondicional uno del otro.
El noviazgo, el matrimonio, son la incondicionalidad mutua. Yo, equivocadamente quizá, sigo entendiéndolos como exclusividad. Por lo demás, las otras relaciones, ésas que para mi fortuna aún no alcanzan denominación, siguen significando, en el parco arsenal de mis pertrechos emocionales, sinceridad: la franqueza de la disponibilidad, de lo necesariamente sujeto a la coincidencia de ganas.
Y de la anhelada sinceridad al sórdido descaro... Prefiero mi franco y descarado antojo de ti al simulacro del amor incondicional.
"veneno de sangre fría para volar..."

Anónimo dijo...

Acabo de entrar en tu blog y lo que has escrito me ha gustado, volveré cuando pueda tener el tiempo necesario para disfrutar de la lectura.
Z